Esos [empiristas] se contradicen a sí mismos (pues quieren decir lo que no dicen).
No pueden hacer lo que quieren, pues el éste sensible es inaccesible al lenguaje (el cual, por cierto, pertenece a la conciencia, es decir, a lo en sí universal). La descripción no acaba.
Lo que se llama lo inefable no es otra cosa que lo no verdadero, lo irracional.
Cosa real, objeto externo, cosa individual... son lo universal.
No es un problema del hablar; mostrar con el dedo tiene el mismo resultado: el aquí es un simple quedar juntos de muchos aquíes. Así (indicando) también lo tomo como en verdad es y en lugar de un saber inmediato hay percepción: Wahr-nehmung [tomar en verdad].
Con la certeza sensible se creía aprehender lo individual, sin embargo, éste, se nos ha transformado en un universal. Tratábamos o queríamos referirnos a lo individual, pero es inefable. Cuando se pretende, a través de la certeza sensible, aprehender un simple trozo de papel, para captarlo en su individualidad, vemos que antes de haber acabado su descripción, el papel ya se habría apolillado. Entonces, para ayudar al lenguaje, hacemos un gesto ostensivo: “este trozo de papel, a este nos referimos” (algo que, como acabamos de ver, no le deja decir el lenguaje). Entonces, comprobamos que la certeza sensible queda cancelada, suprimida y superada: lo que, en realidad, estamos haciendo es tomar la cosa tal y como es en verdad, es decir, estamos percibiendo.
ResponderEliminarCon ello, Hegel pasa a la segunda figura de conciencia: la percepción, el tomar la cosa (de muchas propiedades) como en verdad es. En esta figura no nos encontramos a la conciencia, como en el caso de la certeza sensible, naciente, sino que viene dada por el recorrido y negación de lo que en este primer capítulo se ha examinado. Lo esencial de esta figura va a ser lo que ha devenido la certeza sensible: la universalidad determinada.