3.12

Esta “verdadera esencia de las cosas” (el segundo universal) se determina como no siendo inmediatamente para la conciencia. La conciencia tiene con el interior una relación mediata; el entendimiento mira, a través del juego de las fuerzas, en el verdadero trasfondo de las cosas. El ser desarrollado de la fuerza es el medio que une siendo un desaparecer. Por eso se lo llama apariencia (un ser que es en sí mismo un no ser).

Pero ese ser desarrollado de la fuerza es también fenómeno, es decir, un todo de apariencia. Ese todo en cuanto todo es el que constituye el interior, el juego de las fuerzas en cuanto reflexión de ese todo sobre sí mismo [anticipa 3.15].

A partir de él, la conciencia queda reflectida en sí misma como lo verdadero, si bien como [buena] conciencia convierte otra vez lo verdadero en interior objetual y distingue la reflexión de las cosas de la suya, de modo que el movimiento mediador tiene aún el carácter de objeto ahí. Así la conciencia tiene a la vez en ello lo verdadero, pues tiene la certeza de sí en ese extremo. Pero no es consciente de tal cosa, de ese [fundamento] o razón [de sí]. Por ello, lo interior es para ella concepto, pero [decimos que] no conoce la naturaleza del concepto.

Este verdadero interior es lo absolutamente universal, limpio de contraposición. En él empieza abriéndose (ahora), por encima del mundo sensible-fenoménico (desapareciente), un mundo suprasensible (o más allá) como el verdadero mundo (permanente, durable): un en-sí que es el primer (e incompleto) fenómeno de la razón (el puro elemento en que la verdad tiene su ser).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.